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La Pedrera
Ubicación
Distancia desde:
Montevideo : 230 km
Telediscado:
4479
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Turismo en La Pedrera
La Pedrera es un lugar especial. Une lo agreste y la fuerza del océano, con una magia que bordea lo señorial. Tal vez ese porte esté dado por el imponente conjunto rocoso que le da nombre, en el cual la costa se corta en forma de acantilado. Los bancos de plaza de la rambla, colocados mirando al mar, dan testimonio del tributo que exige esa naturaleza severa: requiere ser mirada. Otra posible explicación para esa impronta de linaje, puede estar en el barco hundido que se entierra en la arena y resurge según el capricho del mar. Sea por la razón que sea, La Pedrera da la bienvenida al visitante con cierta indiferencia.
Es la naturaleza que está allí, desplegada en todo su esplendor, intocada por el hombre a pesar de sus vanos esfuerzos de rodearla de casas o de sitios para comer o divertirse que se agrupan en su prolija calle principal o que, incluso, llegan a aventurarse cerca de la arena. Pero siempre, detrás de todo, está el mar y su acantilado. El veraneante debe ganárselo con respeto, ser aceptado por el paisaje, encontrar el punto de equilibrio en el cual pueda amoldarse a la belleza inusual de La Pedrera. Las arenas amplias y firmes se despliegan a un lado y otro de las rocas. Hacia La Paloma se extiende la playa del barco, dominada por el Chatay, que exhibe sus entrañas de metal oxidado, restos de un naufragio rodeado por el misterio.
La Pedrera es un lugar especial. Une lo agreste y la fuerza del océano, con una magia que bordea lo señorial. Tal vez ese porte esté dado por el imponente conjunto rocoso que le da nombre, en el cual la costa se corta en forma de acantilado. Los bancos de plaza de la rambla, colocados mirando al mar, dan testimonio del tributo que exige esa naturaleza severa: requiere ser mirada. Otra posible explicación para esa impronta de linaje, puede estar en el barco hundido que se entierra en la arena y resurge según el capricho del mar. Sea por la razón que sea, La Pedrera da la bienvenida al visitante con cierta indiferencia.
Es la naturaleza que está allí, desplegada en todo su esplendor, intocada por el hombre a pesar de sus vanos esfuerzos de rodearla de casas o de sitios para comer o divertirse que se agrupan en su prolija calle principal o que, incluso, llegan a aventurarse cerca de la arena. Pero siempre, detrás de todo, está el mar y su acantilado. El veraneante debe ganárselo con respeto, ser aceptado por el paisaje, encontrar el punto de equilibrio en el cual pueda amoldarse a la belleza inusual de La Pedrera. Las arenas amplias y firmes se despliegan a un lado y otro de las rocas. Hacia La Paloma se extiende la playa del barco, dominada por el Chatay, que exhibe sus entrañas de metal oxidado, restos de un naufragio rodeado por el misterio.
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